domingo, 6 de septiembre de 2009

LA BELLA IRLANDESA*


Un hombre se extendía sobre un catre viejo, sus pies quedaban afuera, no tenía ventilación y oía ratas que cruzaban y parecían chocar contra carpas de circo, buscaba la manera de estar cómodo pero era imposible, restregó con sus manos su rostro, las puso bajo el occipital. Estaba desesperado, su única propiedad era su vida, el catre era prestado, pero veía esta como una sucesión infinita de días y cada día una sucesión infinita de horas, de minutos y de segundos...

Su mente era una maquina infernal que lo atormentaba, había llegado a la conclusión que dolor y pensamiento no eran mas que sinónimos, cuando salía a la calle parecía asistir a un holocausto con un preludio de Wagner; siendo un héroe trágico o el mismo Odiseo, la simple idea era ridícula y digna de irrisión, ¿Odiseo atravesando el centro de Barranquilla? En su mente sucedían cosas extrañas, incluso llego a hacer comparaciones como si conociera las demás en ella había mares de soda; burbujas con seres encerrados, imágenes deformadas como fotografías bañadas con tiner, Las pequeñas casetas de madera parecían centros de tortura para los buhoneros, la vida es un pedazo de tiempo y el tiempo lo es todo, ahora debían devolverlo, exhibían toda clase de bagatelas, otros seres deformados por el hambre las habían hecho en el lejano oriente ¿quién las compraría?. Rostros de humo melancólico, líneas construidas con ladrillos de odio, habían aprendido movimientos como

sacudir con una toalla los carritos, bisutería infantil, calculadoras y toda clase de objetos

que deberían vender niños y no mujeres y hombres. Arturo Moriarti recorría estas calles como un largo fantasma, era como bajar al infierno o conocer África se imaginaba como un trotamundo en el centro de Kampala, esto le servía de perverso consuelo pues posiblemente haya tenido momentos mas atroces, aceleró el paso, chocó con el cine Rex, había un cartel: dos mujeres besaban sus partes nobles, habría deseado parar ahí y masturbarse en los escalones, así como a veces provoca correr y no se hace por el ridículo, creía que alguien lo esperaba, algo debía liberarlo de toda esta inmundicia; Calipso debía aparecer, había intentado “cazar” alguna “maga” o “María Iribarne”, no sucedía nunca; Cortázar y especialmente Sabato le parecían un dúo de farsantes que debían devolverle el dinero, ¡si pero la había, lo esperaba, parecía mordido por una serpiente yendo a un hospital atendido por payasos.

Todo se hacía difícil, apareció el hambre, únicamente tenía para invitarle una taza de café y lo suficiente para pagar su hospedaje en una hostería, imagino posibles “destinos” por diversión, como si no pudiesen ser reales:

  1. La muchacha no llegaría por que prefirió a otro.
  2. Llegó le gustó el portero del café y estaban juntos en el baño.
  3. Lo había engañado y se burlaba desde el cielo de su ingenuidad como una perversa diosa.
  4. Todo era un sádico experimento para evaluar la desesperación de un fracasado.
  5. Todo era una alucinación.
  6. Ni la muchacha ni el mundo existían.

Si algún siquiatra de medio pelo pasara por ahí y leyera sus pensamientos no dudaría en extenderle su tarjeta. Camino como una tijera, se sentó en algún lado, se levanto. Empezó a pensar que cosas así no tenían que suceder o debería haber una constitución que rigiera el destino y prohibiese esta clase de eventualidades, todo era diferente a como lo imagino en el catre la noche anterior, risas y cabello rojizo cayendo en su rostro, un beso descendiendo sobre sus labios, mientras pensaba con su cabeza sobre su regazo, algo andaba mal la bella irlandesa despedía mal aliento y sus dientes sarro, salió desconcertado de esta idílica imagen y vio la realidad (¿cuál de todas?) y era atroz, esperó cuatro horas, preguntó por ella, nadie daba razones; empezó una llovizna, los clientes se retiraron el mesero le pasó una cuenta; quedo estupefacto solo le sobraban $500 pesos compró un cigarro de marihuana a los veinte minutos apareció ella.

*Pintura realista de Gustav Courbet (N. A)

ARTURO MORIARTI

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